Las Tierras Occidentales y el Imperio de Dáladon

 Mapa de las Tierras Occidentales y el Imperio de Dáladon



Quizá sea esta la primera vez que tus ojos ven este mapa. Puede que no te suene a nada, o que te traiga a la memoria otros mapas de fantasía que has visto ya, depende de qué tan "leído" seas en estas materias. 
Como todo mapa, este tiene su historia: la historias de los pueblos que lo habitan, de quienes le han dado nombre a sus regiones y de quienes han construido aldeas y ciudades. Podrás conocer un poco más de esas historias dando una vuelta o dos por este blog, o también en este enlace al Universo de Crónicas de una Espada. Poco a poco las historias del juglar errante irán completando los espacios de este mundo que ahora ves desplegado en la cartografía.
Sin embargo, en este post me gustaría adelantarte algunas cosas, aunque su finalidad principal es la de mostrarte el mapa y que te pierdas en él, dando rienda a la imaginación. Y de lo que me gustaría hablarte, en primer lugar, es sobre el mundo que ves, y, en segundo lugar, de los pueblos que lo habitan.

El mundo

No tiene nombre propio, como nuestro planeta Tierra, o la Arda de Tolkien. Y esto por una sencilla razón: porque las historias que cuenta nuestro juglar se desarrollan en una época en que aún no se hacía necesario distinguir este de otros mundos. Igual que nuestra querida Tierra, que al principio no era un nombre propio, sino solo la constatación del terreno habitado por los hombres, distinto de los abismos del océano o del cielo poblado de dioses. Hicieron falta siglos y que la astrología deviniese en astronomía para que comenzáramos a llamarle con el nombre propio de Planeta Tierra en el sentido que hoy lo hacemos. Por supuesto que antes se distinguía la tierra habitada por los hombres de los cuerpos celestes que pendían del cielo, como Venus o Saturno, pero no tengo tan claro que la visión del hombre medieval, incluso la de uno tan instruido en astronomía como el Dante, considerara a esos planetas como masas iguales a la de la tierra que pisamos, como hoy lo hacen los físicos. Por supuesto, esto es debatible y con ello estoy perdiendo el hilo de lo que quería decir, pero el punto es que el mundo de Crónicas de una Espada es por ahora un mundo sin nombre propio.
Pero, por otro lado, el mapa indica que es un mapa de "Las Tierras Occidentales". Eso implica que hay unas Tierras Orientales, y quizá también Septentrionales y Meridionales, quién sabe. Lo que está claro es que esto no es un mapamundi, y que hay vida más allá de la tinta del mapa. Sabemos, por ejemplo, que Áton, el héroe que venció al gigante que asolaba Siar, según nos cuenta Róberick de Angrados en el Canto I de Crónicas de una Espada, venía de "más allá del mar, en un pueblo lejano". Puede que algún día, nuestro conocimiento de esas regiones se amplíe, conforme se amplía también la visión de los pueblos de las Tierras Occidentales. Lo que nos lleva al segundo punto.

Los pueblos

Dice la leyenda "Mapa del Imperio de Dáladon y de las Tierras Occidentales". Todo Imperio tiene su historia, y tiene también sus naciones. Al mismo tiempo, tiene sus periferias y bordes en que habitan gentes extranjeras, que no forman parte del cetro imperial. También es así en este mapa. Lo principal es el Imperio de Dáladon, que ocupa la mayor parte de la geografía, gobernado desde su capital homónima, en en centro del mapa.
El Imperio de Dáladon se formó a partir de tres naciones: arvernos, turdetanos y longobardos, y siglos antes de transformarse en Imperio fue conocido como el Reino de las Tres Coronas, que era gobernado, en los primeros tiempos, por los tres reyes en conjunto y luego rotando entre ellos la corona, hasta que Vigencio, rey longobardo, terminó por imponerse y llegar a ser emperador. Esto no significó el fin de los reyes, que siguieron junto al emperador en representación de sus pueblos, como consejeros y pares. Por lo menos, hasta la Batalla de los Campos Brunos, pero eso es otra historia.
¿Qué tiene de especial este Imperio? Pues que su origen se remonta a los albores de la humanidad, cuando toda la tierra estaba dominada por las grandes bestias, criaturas inteligentes y poderosas, que no vieron con buenos ojos la aparición del hombre y la mujer en medio de sus dominios: criaturas débiles que no merecían existir. 
Las grandes bestias, como la hidra o el fénix, son manifestaciones de la naturaleza misma, y generalmente implican el caos y el poder en bruto. Y el primer instinto fue el de dispersar o devorar a los hombres.
Los primeros pueblos huyeron a los cuatro puntos cardinales. Pero hubo tres que resistieron. Ellos formaron la Alianza: turdetanos, longobardos y arvernos se unieron para enfrentar el poder bestial y conmovieron así al Creador, que otorgó su ayuda instruyendo a los primeros druidas, llamando en sueños a hombres de todas las naciones junto al sagrado árbol que dicen crece al otro lado de la Montañas Impenetrables. Con la ayuda de los druidas, el hombre descubrió que, aunque la naturaleza puede ser cruel y parecer caótica, también engendra vida y posee una armonía capaz de revelar las huellas del Creador. Entendiendo eso, y viendo la determinación de la Alianza, algunas de las grandes bestias cambiaron de bando y sirvieron desde entonces a la humanidad. Cuando la Guerra de las Bestias terminó, se había formado ya el Reino de las Tres Coronas que luego sería Imperio: un Imperio que es consciente de su pasado como libertador de la humanidad, y de su conexión, diríase fundacional, con el mundo sobrenatural. Una conciencia que le ha llevado, en los últimos tiempos, a una arrogancia que amenaza con su propia destrucción.

Esa arrogancia imperial les ha ganado enemigos. Hacia el Este, al otro lado de la frontera natural que es el Río De Laid, hay al menos dos naciones (quizá cuántas más hay más hacia el oriente), que conviven en una tensión de siglos de guerra y paz con Dáladon. Son los anatolios, o Hijos del Este, que los daladonenses llaman simplemente "bárbaros", sin mayor distinción. Sin embargo, claro que hay que distinguir: aunque todos sus guerreros usen orgullosos el torque y sus gentes tengan una misma sangre de antepasados comunes, los anatolios no se consideran iguales entre sí. Al norte, en los Campos Brunos, vive un pueblo nómade o semi nómade, dividido en clanes, considerados brutales y salvajes, permanente amenaza para el imperio. Se trata de los clanes varnos, que reconocen como punto de unión la Ciudad de Piedra: Ízgar. Esta, sin embargo, permanece secreta para los demás pueblos. 
Hacia el sur, junto al Lago de Cristal y dominando las Llanuras Salvajes, habita el orgulloso pueblo alano, con su capital en Nifrán. A diferencia de sus primos varnos, los alanos llevan generaciones siendo un pueblo asentado en ciudades y trabajador de la tierra. Aunque en los últimos tiempos han vivido pacíficamente sus relaciones con Dáladon, sus guerreros son temibles, especialmente sus habilísimos jinetes y arqueros montados.

Por último, hay también una amenaza común para todos estos pueblos: los fenóritos. Desgajados hace siglos del Imperio de Dáladon por los eventos de la Primera Guerra Druídica, esperan con rencor el momento de su venganza. En sus orígenes se encuentra el druida Fenórito, quien provocó un cisma con los druidas de antaño, los llamados fieles, y arrastró a gran parte del pueblo del Imperio tras él, llevándolo a una lucha intestina y cruel, en la que por primera vez el poder de los druidas de uno y otro lado se volvió en contra de los hombres. Dicen que en esa contienda mucho cambió la geografía, y es posible que los Macizos Centrales hayan sido levantados por el poder de los druidas para defensa de Dáladon, y que las Llanuras de Ceniza sean los restos de una ancestral batalla. De todos modos, todo ello es leyenda ya, y han pasado siglos. Los fenóritos viven exiliados en la helada tierra del norte, en torno a Dágoras. Allí, entraron en contacto con algunas de las grandes bestias derrotadas por la Alianza en los comienzos de la historia, y entraron en relación con Tsi-Harthis, la temible cobra de plata que es ahora su símbolo y emblema. También, descubrieron un nuevo pueblo "bárbaro": los garbeos, hombres de las montañas, altos y brutales, según la leyenda descendientes del titán Garbatros y que, desde que conocieron a los fenóritos, guardan un odio visceral al Imperio y sus gentes.


Estas son las historias que hasta ahora te puedo contar, y que pienso darán un poco más de vida al mapa que ves. En él, solo están indicadas las ciudades principales: multitud de villas y poblados no aparecen, pero sin embargo, están ahí ¡no se vaya a creer que en el Imperio hay tan pocas ciudades, o que todo el Reino de los Alanos se reduzca a una única ciudad! 



Comentarios

  1. ¡Gracias! Qué bueno que esto sirva. Ya me contarás qué te parece el libro, si quieres, cuando lo termines!

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