Elena abandona Nifrán
C uando salió al balcón , la brisa de la tarde le trajo el aroma de las rosas del jardín, cuyo perfume inundó sus sentidos. Los rayos del sol llovían oblicuos sobre la ciudad y el lago, y todo parecía sumergido en somnolienta calma. Tal tranquilidad le pareció un insulto. Nada en ese clima idílico de verano se condecía con la tormenta que se había desatado, que ella había desatado, en el palacio real de Nifrán. La paz era solo una ilusión, un deseo perezoso. ¿Cómo podía todo el mundo estar tan tranquilo, si las noticias del norte y del oeste eran de día en día más inquietantes? ¿Cómo es posible que nadie se dieran cuenta? ¿Por qué su padre no la había respaldado, él que mejor que nadie veía el peligro delante? Suspiró apoyándose en la balaustrada y paseando la mirada por la ciudad, por su hogar. Nifrán era hermosa. Sobre una suave colina, sus casas de piedra y de madera tallada se expandían armoniosas hasta casi tocar las aguas del Lago de Cristal, que a esa hora de la tarde hacía hono...