"La Espada Olvidada": cuánto ayuda la crítica para escribir un buen libro.


 

"La Espada Olvidada" era el título inicial que tenía pensado para mi saga, por allá por el 2009 —sí, han pasado 13 años: y pensar que ya entonces tenía barba—, cuando el libro era un fajo de casi trescientas páginas y quedaba por delante mucho camino por recorrer.

Y sí: es un mal título. Rima. Esa fue exactamente la nota al margen que me dejó un revisor, cuando le entregué con ilusión aquel montón de páginas. Lo más sorprendente es que yo ni siquiera me había percatado de la rima: a pesar de todo lo que había ya escrito, a pesar de que entre esos párrafos había incluso algo de poesía, a pesar de mis lecturas... a pesar de todo y de lo mucho que había pensado el título, simplemente no me di cuenta de que "espada" rima con "olvidada".

Traigo esta anécdota sencilla porque con la publicación de La Corona de las Montañas, que es la segunda parte de la saga, hemos llegado a ese mismo punto en que estaba yo el 2009. Lo que hoy cualquier lector puede encontrar en librerías o en amazon, es decir, los dos Cantos de Crónicas de una espada, es lo que, en términos de trama, por entonces tenía escrito.

Claro, que con mucho trabajo de por medio: no en vano han pasado 13 años desde ese día. No solo terminé el libro, completando cinco cantos, sino que reformulé varias veces la historia: como ya te he contado, edité, corté, añadí. Y sobre todo, aprendí. Y parte importantísima de ese proceso fue y sigue siendo, la crítica. 

Y no me refiero solo a la crítica positiva, a las palmadas en la espalda y las sonrisas de felicitaciones. Esas son buenas, ayudan al corazón y a la autoestima, y animan a seguir adelante como no se imaginan. Pero hablemos ahora de esa otra crítica: la del que leyó tu manuscrito y, luego de ponderarlo te apunta lo que no le ha gustado, y acompaña con eso alguna buena razón. Por supuesto, duele, aunque esa persona haga esfuerzos por transmitir la idea amablemente. Sin embargo, en mi experiencia, son las mejores críticas, las que más me han ayudado y las que más han influido en el texto final.

Volvamos a aquel 2009. Estaba ilusionado: era el segundo año de mi carrera universitaria, y habían corrido ya cinco desde aquella anotación inicial fechada el 17 de febrero de 2004, en un cuaderno robado a mi hermana, con la que se inició mi escritura. La historia por fin había llegado a un punto que yo consideraba "de cierre": al principio mi idea era una trilogía, y la primera parte terminaba precisamente donde hoy termina La Corona de las Montañas. De hecho, si uno se fija bien, entre el primero y el segundo canto se cumple un arco importante de la historia, pues termina la primera misión de los protagonistas, la que reciben al final de El Lobo de Plata, que funciona más o menos como un prólogo. La división en dos cantos de esa primera parte la haría mucho después, principalmente por motivos geográficos, pero eso es otro cuento: no nos desviemos. Lo importante es que el 2009 yo creía haber terminado un libro, o al menos una primera parte, que podía ser leída y comprendida en sí misma.

Entonces imprimí el texto —más bien: un amigo mío me lo imprimió en su universidad, pues les daban una cierta cantidad de páginas gratis al año: creo que yo se las usé todas...— con el título ya mencionado. La portada era una especie de tributo a La historia interminable de Michael Ende: dos dragones, uno negro y el otro de oro, se mordían la cola el uno al otro, formando un círculo en el que se veía una espada desenvainada con la punta hacia abajo. Con eso bajo el brazo fui a ver a un crítico literario con el que me había contactado, que tuvo amabilidad de interesarse en mi novela.

Me recibió amablemente y se tomó unos días para leerla. Yo sabía que era un hombre exigente, y que muchas de las cosas que le llegaban se iban directo a la basura, después de haberle dedicado una mirada a las primeras páginas. Con lo cual, cuando recibí el llamado un tiempo después, y oí que se había leído completo lo que le entregué, me sentí en las nubes. Me citó a su oficina para conversar, y me devolvió el manuscrito, lleno de anotaciones a los márgenes (la primera de ellas, como dije, sobre el mismo título: vaya forma de comenzar) además de una página escrita en tinta, de su puño y letra, con una crítica general y unos consejos.

Tuvimos una buena y sincera conversación. Me recomendó leer más y seguir escribiendo. Pero en resumen, aunque le parecía que tenía buena pluma, inventiva y que, en líneas generales, prometía, su veredicto era que esta obra no valía la pena intentar siquiera publicarla. Mucho menos corregirla.

Al escribir esto, me doy cuenta que la crítica fue demoledora. O debió haberlo sido. Y sin embargo, él supo hacerlo sin herirme, con mucha amabilidad, lo cual creo que es sin duda un don. Lo lógico hubiese sido, pienso, que después de eso volviese triste a mi casa: mal que mal, acababan de "tirar al tacho" los últimos cinco años de escritura.

Pero no fue eso lo que pasó. No me pregunten por qué, pues ni yo me entiendo muy bien: el hecho es que volví feliz, con mi mamotreto bajo el brazo, la "carta" del revisor y sus anotaciones al margen. Estaba feliz, porque se había leído completo un libro de casi 300 páginas una persona que habitualmente no lee nada que no crea que valga la pena. Muchos escritores no habían conseguido que les leyeran más de dos o tres páginas... o un título. Y a mí me leyó 277, para ser exacto.

Además, esa misma persona encabezaba su demoledora crítica con un "Todo lo que sigue es opinable. Tienes: inventiva, buena pluma, sentido narrativo. Prometes" y a eso seguía, el "pero" con el que se habría una página completa de crítica. Yo me aferré con todo lo que tenía al "lo que sigue es opinable", y me animé con que las críticas eran corregibles, mientras que las inventiva, la buena pluma y el sentido narrativo era algo ya ganado. Podía construir desde allí.

Por supuesto, no podía simplemente abandonar el proyecto de novela, como recomendaba el revisor. Esto era para mí más que un simple ejercicio para soltar la mano. No sabía si la historia que estaba contando iba a ver la luz algún día, pero tenía que terminarla. En parte, porque no estaba seguro de que, una vez que la concluyera, tendría otra cosa que contar. De hecho, el primero de los peros era "te has metido en camisas de once varas a escribir de forma prematura tu Obra Magna (por diseño, estructura, longitud, alcance épico)".

En eso estaba completamente de acuerdo: Crónicas de una espada era y es la historia que siempre quise contar. Para ser precisos, es parte de esa historia, de ese gran canto que he ido formando en mi cabeza desde que era niño. Es una pieza, por decirlo así, de mi Silmarillion. Lo lógico hubiese sido escribir muchas cosas antes, ganar experiencia y, al llegar a la madurez de mi vida, retomar la pluma. 

No voy a mentir: más de una vez en este camino he sentido que, efectivamente, me apresuré. Que el mundo creado me quedó chico, en la medida en que yo fui creciendo. La cantidad de años que me tomó se debe en gran parte a las muchas revisiones, correcciones, cambios de trama que tuve que hacer, precisamente porque un chiquillo de 15 o 16 años piensa y ve las cosas de un modo muy distinto que un abogado y literato de 32. Pero, al mismo tiempo, eso le dio un tinte especial a esta novela, que pienso no tendrá ninguna otra historia que escriba en adelante. Como apuntó otro lector, hace no tanto tiempo, es una novela de juventud.... aunque yo diría con más precisión: es una novela de madurez, escrita o iniciada en la juventud.

Aquella crítica del 2009, lejos de abatirme, fue un motor muy poderoso para avanzar. Aprendí muchísimo de los comentarios al margen sobre ese manuscrito: refiné mi pluma, sin duda.

Y ese es un efecto que han tenido, en general, todas las críticas "negativas" que he recibido desde entonces. Puedo recordar cada una de ellas, porque me marcaron: de un amigo brasileño aprendí, gracias a sus comentarios, "a describir en acción", recurso que luego usé muchísimo. También, que no es necesario narrar cada día de un viaje: que la escritura es también seleccionar lo que es relevante para contar. Otros comentarios fueron más al fondo, e implicaron mirar la obra con ojos nuevos, que luego me empujaron, por ejemplo, a eliminar por completo la introducción (no la conoces, porque ya no existe) y diseminar su información a lo largo de los dos primeros Cantos. O la decisión de "transplantar" la historia desde el seno de la materia tolkiniana (que sin embargo sigue siendo una influencia clarísima) para enraizarla en la tradición continental, en los cantares de gesta. 

No todas estas cosas me fueron dichas por lectores. Pero sus comentarios, cuando me dieron las razones de su desacuerdo, me ayudaron a darle una vuelta al asunto y descubrir nuevos horizontes. Por supuesto, significó mucho más trabajo. Años de trabajo. Pero rindió sus frutos: Crónicas de una espada es mucho más rica ahora de lo que era el 2009.

La crítica es siempre positiva. Puede que alguna vez la recibamos con amargor en el estómago. Pero seamos sensatos: hay que tragarse el ego, porque la verdad es que no somos perfectos, y nuestras historias no salen de nuestras plumas o teclados perfectas como La Eneida. Seguro que Virgilio, a quien los romanos aplaudían de pie (honor reservado solo a los emperadores, en aquella época) también tuvo sus críticos y aprendió de ellos. Con un poco de juicio, hay que entender por qué a uno le dicen lo que le están diciendo. Quizá nuestro censor no siempre tenga razón, y tenemos todo el derecho a no hacerle caso, al fin y al cabo, la obra es nuestra. Pero hay que saber ver las razones detrás de esa sinrazón y aprender de ellas. 

Por eso, agradezco a todos lo que alguna vez se han dado el tiempo de comentarme sus opiniones, buenas o malas. De cada uno he aprendido. Es como cuando dibujo: lo habitual es que, apenas termino, me parece que está perfecto, cual Miguel Ángel al terminar la Capilla Sixtina. En los autores hay una cierta ceguera respecto de su obra cuando está recién parida. Por eso, necesitamos de alguien que nos apunte esa desproporción patente en el dibujo, aquel detalle que molesta a la vista, que podría ser mejor. En mi vida, esa labor de corrección artística la hicieron, primero, mi madre cuando era yo niño (no voy a mentir: era un poco frustrante llegar corriendo con un dibujo, contento, y que la respuesta fuera: "está lindo, pero las patas son demasiado cortas". Menos mal en mi casa siempre hemos sido directos), y ahora es tarea que hace mi hermano menor: no hay dibujo que haga que no le muestre primero. Si él no entiende algo, es probablemente porque algo hay que cambiar.

Pues lo que vale para los dibujos, vale para la escritura. Y para la vida: no hay nada como un buen consejo, como un amigo sincero. Y aquí lo dejo, porque esto ya se ha alargado demasiado: y el largo de mis textos es, como sabe cierto profesor cuyo nombre no revelaré, una de las cosas que aún no he logrado corregir. Eso, y el repetir demasiado las palabras. Sí: soy consciente de que en esta entrada usé demasiado la palabra "pluma". Qué le vamos a hacer, hay cosas que no cambian.


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